A la mayoría de las mujeres las conducen hacia el tercer piso para someterlas a apremios y vejaciones. Las hicieron subir por otra escalera, esta vez más estrecha que daba una vuelta muy pronunciada. Escuchaban y percibían que era de madera por el crujir al momento de caminar sobre el piso, especialmente por efecto de las botas militares que son más pesadas.
Al llegar allí, las hacían esperar mucho tiempo, les parece que han estado allí antes, es como un hall muy amplio. Algunas estaban sentadas y escuchaban voces de otras personas al lado de ellas, pero no lograban diferenciarse entre mujeres u hombres. Había mucha gente y trataban de identificarse, las hacían callar y las golpeaban en la cabeza y en el estómago, especialmente.
“Desde mi partida del Regimiento Ojo Bueno era un atado de nervios, no sabía a donde me llevarían sino hasta que llegaba al lugar. Sentía mucha angustia en el trayecto. Y una vez allí, el terror se apoderaba de mí, sin embargo, trataba de estar muy atenta a lo que pasara.”
“Cuando me dejaban sentada sola pasaban personas y me golpeaban, no sabía quién estaba al lado mío, pero éramos hartos”.
“Me daban golpes en la cara y en la espalda, eran patadas las que recibía”
Mientras esto sucedía, había mucho ruido y música en alto volumen, pero por encima de todo, se escuchan los gritos de las personas que estaban siendo torturadas.
“De pronto salen de una habitación un grupo de hombres y me ponen en medio de ellos para empezar a recibir golpes por todos lados y me dejan tirada en el suelo. Me sientan de nuevo, ahora en el piso”.
“Se abre una puerta, salen los torturadores gritando dando órdenes y empiezan a tirar a personas por las escaleras, se escucha mucho estruendo por el eco que provoca la habitación.
“Era terrible escuchar como los tiraban, a veces de a uno a otros los tiraban juntos por la escalera, pensé que harían lo mismo conmigo”.
“Al llegar a la casa de Colón, me sentaron en un espacio que sentía muy amplio, en una banca con las manos atadas a la espalda y apoyándome en la pared. Mientras esperaba escuché como empujaban a un grupo de personas por la escalera que recién había subido y las tiraban una a una o dos al mismo tiempo escuchaba los gritos como también los insultos y las risas de los torturadores cuando los tiraban”.
Luego de eso comenzaban las sesiones de tortura. Nos conducen hacia una gran habitación, se siente por el ruido alrededor, la profundidad y el rebote en las paredes.
“Se notaba que era un salón grande, algo de eco se producía allí.”
Las desvestían, lograban escuchar solamente gritos y ordenes, las tomaban entre varios para colocarlas en la parrilla e inmediatamente realizar preguntas que no tenían tiempo o no alcanzaban a responder ya que la aplicación de corriente era constante y sin pausas.
“Me tiraron en una camilla y me aplicaron corriente eléctrica en las manos, el cuerpo, en los genitales, cerca de los senos; todo esto mientras me hacen preguntas”.
“Comencé a temblar, sentía escalofrío y mucho miedo, veía venir el momento en que me pondrían corriente eléctrica, como había escuchado de las demás detenidas. Sentía que me dolía mucho la cabeza y lloraba.”
Los métodos para posicionarlas en la parrilla eran de los más diversos, a veces dependía del grupo de torturadores que encabezaba la sesión ya que cuando utilizaban cadenas metálicas provocaba un calor intenso en las muñecas logrando quemar la piel a las personas detenidas, en otras ocasiones se usaban correas y huinchas para amarrarlas por pies y manos.
“Los golpes más fuertes eran en las piernas, la corriente la colocaban especialmente en las pantorrillas, en las manos y en todos los dedos, luego me dejaban descansar y volvían a realizar esta rutina de torturas e interrogación”.
Los torturadores debían corroborar las respuestas que recibían por parte de las detenidas. Algunas de ellas, producto de las sesiones de tortura, se les desplazaba la venda por cuanto podían aún con dificultad observar a quienes estaban a su alrededor. Podían escuchar a la vez como se comunicaban entre los torturadores que estaban en otros niveles de la casa, mientras también torturaban a otras mujeres y hombres. Para ello, escuchaban una voz en lo que les parecía ser un estilo de citófono, para recibir órdenes de continuar o no la sesión de tortura.
“Se sentía en todo momento una voz por un citófono, una voz que decía pregúntale tal cosa, alguien daba instrucciones de que preguntar y lo cotejaban con alguien que estaba interrogando a otra persona en otra sala”.
“¡Ya casi no sentía lo que preguntaban, a todo decía que no, y en un momento intenté un desmayo, que me salvó del interrogatorio, alguien gritó, -se nos va la presa, llamen al médico-!”.
El juego del bueno y el malo estaba presente siempre, era la estrategia de desorientación sicológica para que confesaran o reconocieran delitos inexistentes. El médico a cargo del estado de los presos se hacía presente en los momentos críticos para detener o permitir la continuación de las torturas.
“Me sentía indefensa, vulnerada y vejada en manos de desconocidos que no podía ver. Mis pensamientos me llevaban a negar una y otra vez hechos que me imputaban, a no reconocer que había estado allí donde decían, yo me presionaba a no dar nombres”.
“Pasa una hora más menos entre la primera y segunda sesión, me sacan la ropa, me suben a una camilla y me aplican corriente eléctrica en todo el cuerpo, me desvanecí, luego siento que alguien me hace masajes y siento una voz que dice -que hiciste huevón, nos vamos a meter en un medio lío con esto”.
“Sentía que era un lugar siniestro, los interrogadores eran rudos y malos, te golpeaban por nada, y de tanto en tanto aparecía uno que se hacia el bueno, hablando para recuperarte y dar esperanza que todo acabaría pronto, que solo debía hablar”.
“Uno de mis captores que, hacia de bueno, me hablaba, me decía que dijera lo que ellos querían, este mismo hombre me besaba, me manoseaba. Durante estos tormentos me pusieron cigarros encendidos en el cuerpo y los apagaban”.
Este tratamiento era para todas iguales, excepto cuando las llevaban a la habitación más pequeña, donde sentíamos que eran dos o más los que aplicaban la tortura. Un gran foco las iluminaba, podían ver por debajo de la venda una luz muy fuerte que no les permitía distinguir si era de día o de noche.
“Se subieron encima de mí, las personas que estaban en el lugar, intentando abusos sexuales en mi contra”.
Usaban todo tipo de metodologías para denigrarlas, incluso cuando las mantenían en silencio era motivo para recibir golpes y amenazas, era constante, eterno, que podía durar toda la noche si las llevaban durante la tarde al inmueble.
En la habitación usaban los medios más brutales para castigarlas, después de la parrilla las colgaban desnudas con cadenas y mantenían así por mucho tiempo suspendidas.
“Me sacan toda la ropa, me colocan en la parrilla y me aplican corriente eléctrica, me golpean porque no hablaba. Trataron de cortarme el pelo.”
“Me colgaron varias veces, abajo mío había un banquito, decían que me iban a matar; con muchas groserías me pegaban con trapos húmedos, sentía los golpes de un paño mojado.”
“Me preguntaron si tenía miedo a los ratones, me pasaban ratones por el cuerpo y toda la noche estuve despierta”.
Las llevaban a la enfermería, se suponía era para recuperarlas luego de las sesiones, pero solo era para inyectarlas y hacerles perder la conciencia, se desmayaban, no se daban cuenta del tiempo que transcurría, al recuperarse, se percataban que nuevamente serian interrogadas en una sesión de tortura.
“Luego me pusieron en una cama, me pusieron huinchas en las manos, las piernas y me inyectaron, no sé que paso después de eso, solo estaba desnuda en la parrilla nuevamente”.
En el baño, como en el primer piso, eran sometidas a un trato denigrante, sin poder realizar sus necesidades básicas y ser observadas por quienes las custodiaban, que al parecer resultaban ser conscriptos del regimiento de donde las traían inicialmente.
“Cuando pude correr la venda, me tuvieron varias horas en un baño, desnuda y pasaban personas que me manoseaban, era terrible”.
Relatos de Mujer
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