La mayoría de las mujeres hicieron ingreso al primer piso de la casa de DDHH, desde el subterráneo.
Algunas fueron detenidas y conducidas directamente desde sus hogares, otras desde los colegios en que estudiaban con total acuerdo y conocimiento de los directivos educacionales responsables de su cuidado y seguridad o se les derivó hasta la casa de Colón directamente desde el regimiento blindado. Este último caso fue el más recurrente.
Ellas se daban cuenta que eran conducidas al inmueble de Colón por varias maneras, algunas por medio del espacio que quedaba a nivel de la nariz donde la venda permitía ver hacia el suelo y reconocer el entorno desde esta escasa perspectiva que la visión les entregaba.
“Me sacan del regimiento en la noche, debe haber sido después de las 11, porque estaba oscuro, me sacan vendada, ese traslado fue eterno. Se detiene el jeep, reconozco las instalaciones de la telefónica por los colores amarillo y negro que tenía, por lo tanto, sabía a donde me llevaban”.
Otras detenidas pudieron reconocer el tipo de paredes del recinto e indicar la materialidad de la que estaban hechas.
“Me tuvieron detenida hasta las 9 de la noche, solo recuerdo que era un lugar de cemento, una casa, y tenía mucho miedo”.
Algunas de ellas fueron ingresadas al inmueble por la puerta principal donde luego de ser identificadas por nombre y procedencia las derivaban a los pisos superiores de la casa (Segundo o tercer piso) o conducidas directamente al subterráneo (zócalo) si eran ingresadas desde la puerta principal del edificio.
El segundo ingreso al primer piso, correspondía al acceso que daba desde el subterráneo a este nivel. Este lugar era un punto de nexo hacia el resto de dependencias que tenía la casa. Una vez identificada la persona detenida debían esperar hasta que fuera recibida por personal del S.I.R.M.A. Mientras duraba esta espera a la detenida se les sometía a diversos tipos de castigo como ponerse de cuclillas con brazos en alto, sentadas, acostadas en el suelo y vueltas a ponerse de pie.
Eran golpeadas en diversas partes del cuerpo por personal que circulaba en esta habitación.
Muy pocas tuvieron la experiencia de la tortura en este piso, la gran mayoría solamente transitaron por este espacio de la casa, pero si alcanzaron a escuchar el ambiente que se vivía por esos rincones del edificio.
Las que tuvieron la experiencia de torturas vividas en ese piso, fue en el salón grande que tiene este nivel, una habitación de gran tamaño que se encuentra al costado derecho de la casa y que mira directamente hacia la avenida Colón. Como en otras oportunidades, las obligaban a ingerir el líquido espeso color amarillento y debían esperar para que este surtiera efecto.
En ese lugar se encontraban dos camillas de fierro a las que amarraban a las detenidas y posteriormente conectaban por medio de electrodos por todo el cuerpo, en los genitales, sienes, oídos, pechos, dedos, manos y piernas.
“Me hicieron bajar y subir desde el primer piso al subterráneo y viceversa y me llevaron a otra sala grande donde me pusieron electricidad en todo el cuerpo (…) siempre me preguntaban por armas, que no tenía idea”.
En este espacio o habitación había barriles que contenían estiércol.
“En ese lugar grande me suben a una especie de barril exigiéndome que no me moviera. Así pase un largo tiempo en esa misma posición”.
“En un momento de la interrogación yo sentía como les pegaban a otros detenidos, los amenazaban que iban a llevar a sus hijos, que los sumergían en un tacho o barril con excremento”.
También era común hacerlas escuchar las sesiones de torturas de otras personas detenidas, especialmente de hombres, eran sometidas a una tortura psicológica al decirles que esas personas que estaban siendo golpeadas eran algunos de sus familiares (padres, hermanos, hijos), para luego reconocer y constatar que eran compañeros o amigos de las actividades en que participaban dentro de las juventudes del partido.
“Me hacen escuchar como le pegan y hacen cantar a un joven que yo conocía”.
Luego se invertían los roles, las amarraban a la sillas o catres de fierro y las someten a torturas y tormentos, para que otras personas a su lado escuchen como eran humilladas.
“En este lugar me aplican corriente eléctrica, en las manos, axilas y en otras partes del cuerpo. Me preguntan sobre un joven con el que, según ellos, éramos amantes…Todo esto para que otros escuchen lo que yo declaraba”.
En este nivel existía un baño con sectores muy amplios donde se encontraban varios compartimientos individuales con sanitarios (inodoros), lavamanos y además una tina de gran envergadura.
A veces pedían ser llevadas a los baños, pero les prohibían retirar la venda y debían hacer sus necesidades frente a quienes las custodiaban.
“Solicito ir al baño, me llevan, estaba con los ojos vendados. Había varios hombres en el baño, por debajo de la venda veo botas militares.”
También los baños eran espacios donde ocurrían situaciones violentas de amedrentamiento, hostigamiento y abusos de índole sexual paralela a las sesiones convencionales de tortura. Estas acciones eran efectuadas por parte de aquellos que tenían la responsabilidad de custodiarlas.
“Me amarran a una taza del baño. Yo escuchaba que torturaban a alguien. Perdí la noción por el cansancio y el stress.”
“Estaba desnuda en un baño sin poder sacarme la venda, con las manos arriba y me decían -ten cuidado huevona, que si no cuentas te vamos a traer el burro, tenía mucho miedo de ser violada”.
Durante las sesiones de tortura, podían constatar, producto del movimiento y el deslizamiento de la venda por las convulsiones que les provocaba en el cuerpo la corriente eléctrica, que algunos de los agentes de campo no vestían con uniformes, sino que utilizaban ropa convencional de civil.
“Durante todo ese tiempo que duró la sesión de tortura, pude ver que había personas que estaban en los interrogatorios y que vestían de civil”.
La presencia de médicos durante las sesiones de tortura se hizo evidente ya que muchas recibieron atención o control médico para vigilar hasta qué punto podían resistir las sesiones, además ellos mismos participaban de los interrogatorios y las motivaban para que declararan o confesaran respecto de los supuestos delitos que se les acusaba, de esa forma los torturadores darían término a las sesiones en que estaban sometidas. Por medio de inyecciones las hacían dormir y caer en estados de hipnosis. Así aparece la figura del “amigo”, “el bueno” que supuestamente su único interés es “cuidarlas o protegerlas”.
“Alguien me pregunta si lo conozco y yo le digo -sí, usted es doctor-. Este doctor era amigo de mi suegro, siempre me decía que no me preocupara”.
“Soy tu amigo, no puedo soportar tanta salvajada como la que están cometiendo contigo. Ahora te vas a dormir con una inyección y luego responderás mis preguntas”.
También las sorprendió mucho la presencia femenina dentro del grupo que conformaba los agentes de campo, aunque no tienen certeza si solamente presenciaban o eran parte activa de las sesiones de tortura.
“Cuando desperté de la sesión de tortura había una mujer al lado mío, ella me lleva al baño. A ella la vi tres años después, era dentista”.
Relatos de Mujer
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