Relato Asociado a Nivel Subterráneo

Relatos de Mujer

Relato Asociado a Nivel Subterráneo

A partir del día 11 de septiembre de 1973, muchas de las mujeres que serían detenidas, eran estudiantes de enseñanza media en el Liceo de Niñas de Punta Arenas o en otros establecimientos. Algunas eran militantes en las juventudes de los partidos que apoyaban el gobierno constitucional de Salvador Allende y participaban proactivamente en las actividades políticas de esa época.

Las mujeres detenidas Magallanes fueron llevadas y recluidas en el Regimiento Blindado Nº5 “Rene Schneider” ubicado en el sector de Ojo Bueno en las afueras de la ciudad de Punta Arenas, lugar de detención permanente, solo una mujer detenida en Tierra del Fuego, permaneció recluida en Porvenir.

Algunas de ellas eran menores, y cuyas edades bordeaban entre los 16 y 19 años. Las primeras detenidas, los días posteriores del golpe de estado en Magallanes, fueron mujeres adultas jóvenes muchas, si no la mayoría de ellas fueron detenidas y secuestradas desde sus respectivos hogares en presencia de sus familiares directos y tomadas prisioneras por personal militar fuertemente armados correspondiente a los organismos operativos de inteligencia especialmente correspondiente a la rama del Ejército de Chile (SIM). En otros casos fueron trasladadas desde otras localidades como, por ejemplo, aquellas provenientes de la provincia de Tierra del Fuego, trasladadas vía aérea por personal de la FACH.

Sin ningún antecedente que justifique las detenciones, los responsables llevaron a efecto este accionar por toda la ciudad de Punta Arenas sin ningún aviso previo, nunca entregaron información clara, directa del destino y tiempo que serían tomadas en esa condición y mucho menos a sus familiares entregarles alguna información posterior del lugar que serían conducidas, ni las razones ni el tiempo podría duraría este confinamiento.

Estaban en un recinto militar en las afueras de la ciudad, absolutamente aisladas de cualquier tipo de comunicación con el mundo exterior.

Desde este lugar, el personal de guardia que las custodiaban en compañía de los agentes civiles responsables del traslado de prisioneros, se preparaba para el procedimiento que debían realizar para conducirlas hacia algún recinto de interrogación dentro de la ciudad de Punta Arenas, lugar desconocido aún para algunas de ellas, pero no para todas.

Periódicamente, estas rutinas empezaban muy temprano o a media mañana, aunque también podía ocurrir estos traslados durante el transcurso del día, como ocurríos en el menor de los casos, durante la tarde-noche.

El oficial a cargo del operativo, tenía en sus manos un listado del cual a medida que eran mencionadas se les ordenaba a levantarse y presentarse ante el oficial de custodia.

Desde ese momento empezaba la angustia, el miedo y la incertidumbre que las acompañaría en todo momento.

Antes de subirlas a la camioneta, al jeep o aun camión, las vendaban y les amarraban las manos con cuerdas por la espalda, también en ocasiones eran esposadas.

“Con el rugir del vehículo, nuestras miradas censuradas, nuestra libertad sometida; de esta manera comenzaban nuestras sesiones de torturas”.

El trayecto era largo, era un camino de tierra antes de llegar al pavimento, les llevaba varios minutos recorrer este tramo hasta que finalmente emprendían destino hacia lo que luego conocerían como el centro de torturas de Avenida Colón.

Algunas de ellas las llevaron más de una vez a este lugar. Junto con otras compañeras o compañeros o incluso solas, siendo siempre custodiadas con dos o más conscriptos del regimiento blindado “Rene Schneider”.

Sabían que estaban circulando dentro de la ciudad por el movimiento de los vehículos que pasaban al lado, presentían que habían llegado a su destino final al detenerse el vehículo que las trasportaban, mientras en la espera, se escuchaban fuertes ruidos metálicos de puertas que se abrían y que formaban parte de un portón de gran tamaño que permitía el acceso directo al lugar por donde el vehículo debía ingresar.

“Lo primero que escuché fue la apertura de un portón, luego vino la bajada del camión, la exigencia de alguien que me ordenaba poner las manos sobre una pared, que diga mi nombre y de dónde venía. En esa posición no estaba sola, había más gente”.

El vehículo reiniciaba la marcha y en un tramo muy corto se detenía bruscamente para posicionarse marcha atrás y detenerse, completando su viaje.

Desde ese momento las órdenes de descender del vehículo venían acompañadas de gritos, insultos, golpes de culata y patadas.

“La segunda vez me llevaron al palacio de la risa, vendada y amarrada de las manos, ahí me bajaron a empujones en un patio, me golpearon con las culatas de las armas…”.

Se debía cumplir las órdenes sin pérdida de tiempo, aunque eso significara la caída estrepitosa de más de una de las personas que eran transportadas hasta ese lugar.

Inmediatamente eran obligadas a colocar los brazos en alto y las piernas abiertas frente a la fachada del inmueble o de cara al muro que rodeaba el patio interior de la casa. Otras personas eran colocadas en medio del patio con las manos en la nuca y con las piernas abiertas.

La revisión inicial consistía en la identificación de la persona, debían mencionar el nombre y el lugar de donde provenían.

“La segunda vez que me llevan al centro de tortura de Colón a un nuevo interrogatorio me dejan en un patio, en ese patio me habla una persona a la que le reconozco la voz”.

A partir de ese momento, estaban a cargo del personal operativo que trabajaba en el centro de interrogaciones y de tortura de Avda. Colón, más conocido con el nefasto nombre de “Palacio de las Sonrisas”.

Desde la llegada, pasaba un buen lapso de tiempo en esta postura, mientras esperaban en el patio interior del inmueble; hasta que finalmente, escuchaban aproximarse a sus verdugos, por sus voces de mando y por el ruido al caminar por encima del barro y las piedras del patio; violentamente las tomaban de la espalda, los brazos o la nuca y las conducían hacia el interior de la casa. Inmediatamente comenzaban los gritos dando órdenes, insultos y golpes en todas partes del cuerpo.

“En fila, una al lado de la otra se les ordenaba a las personas mantenerse en esta posición mientras quedaban a la espera de ser ingresadas al inmueble”.

“Me llevaron de vuelta a interrogarme a la casa de la risa, ahí me llevaron creo a un subterráneo. Pasaban unos hombres que decían – que le pasa a esta huevona, mira cómo está -. 

Al ingresar a este espacio, parecía que entraban a un sótano ya que debían descender unas escalinatas pequeñas; se podía percibir que era un sector con cierta amplitud por el tipo de ruido que se escuchaba, daba la sensación de efecto de eco, era evidente por el ruido y el estruendo de la música que había en el lugar.

“El ingreso fue directo, ya que me hacen pasar por una puerta que tenía unos escalones pequeños y tenía la sensación de descender y luego, casi inmediatamente me llevaron hacia una escalera donde sentía que giraba siempre a medida que avanzaba, con la cabeza recogida, en posición de cuclillas mientras ascendía hacia un nivel superior”.

A algunas de las mujeres se les ordenaba desvestirse completamente y someterlas por horas, manteniendo los brazos alzados y piernas abiertas, siempre tenían la sensación de estar rodeada de mucha gente porque se alcanzaba a percibir movimientos de cuerpos, ruidos de tos, nasales, llantos y gemidos. 

“Bajamos la escala, me parece a un sótano, donde me pusieron al medio de una sala, había alrededor de 5 personas los que empezaron a hacer una especie de juego conmigo, me golpeaban me tiraban de un lado hacia otro lado”.

“En este espacio (subterráneo) se escuchaban gritos, golpes, murmullos de llantos, lamentos, voces de hombres y mujeres y por sobre ellos los gritos e insultos, ruidos de maltratos que eran ejercidos por el equipo de recepción como también las amenazas sobre las personas detenidas respecto a lo que podía suceder con ellas”. 

“En esa pequeña pieza me hacen sacar toda la ropa, me manosean, había uno que hacía sonar la máquina de escribir y todos se reían mientras pasan sus lenguas por todo mi cuerpo” 

También se escuchaban los golpes que daban a la persona mientras la posicionaban en alguna parrilla o en alguna silla, por los gritos que emitían los represores y las respuestas de la víctima.  

Durante este extenso lapso de tiempo, el frío, el temor y la impotencia provocaba en esas circunstancias los temblores corporales que sufrían eran incontrolables.  

“En ese espacio estuve totalmente desnuda con las manos arriba y las piernas abiertas hacia la pared, se burlaban de mí y me manoseaban mientras sentía que había más gente a mi alrededor”.   

También las obligaban, en muchos de los casos. a ingerir un líquido espeso o brebaje cuyo sabor y consistencia repugnante muchas veces las hizo escupir o vomitar para luego obligarlas a ingerir nuevamente, después de eso debían esperar un tiempo para que este compuesto surtiera efecto. 

“Me daban un líquido que no sabía que era, muy malo, asqueroso, que no lo tragué, lo escupí”. 

En este espacio había varias camillas de fierro, un escritorio, una mesa, un Kardex y sillas donde las sentaban e introducían anillos en los dedos para luego aplicarles corriente eléctrica.  

“Me hicieron bajar a un sótano, pasé por un pasillo, había camillas verdes, siempre había un escritorio y siempre había alguien escribiendo a máquina”. 

A otras personas detenidas, solamente las conducían directamente a la escalera que se encontraba en el subterráneo cuya materialidad era de madera y tenía la forma de caracol en su estructura, porque mientras subían, tenían la sensación de ir girando.  

“También recuerdo que desde el subterráneo me hicieron bajar y subir una escala para llevarme a una sala donde me pusieron electricidad”.  

Esta escalera, derivaba inmediatamente a un nivel superior que correspondía a la entrada al primer piso, específicamente a una oficina. 

“Me empujaron a avanzar para introducirme por una puerta bajando una pequeña escalera y luego subir por otra, pero un poco más empinada y con una vuelta”.

Dentro del subterráneo, el mismo personal de campo a cargo “del ablandamiento” a la llegada de las detenidas, eran los encargados de la contra entrega de detenidas para su posterior derivación a los recintos de detención permanente en que se encontraban recluidas. 

En muchos de los casos, no tienen recuerdos de la forma en que regresaron a su lugar de detención ya que producto de las sesiones de tortura y las descargas de corriente a las que eran sometidas o por los productos químicos que les inyectaban o las obligaban a ingerir, lograba desorientarlas y las hacia perder completamente el conocimiento por varias horas despertando semi vestidas durante el trayecto de retorno o en el regimiento blindado, en compañía del resto de compañeras prisioneras.

Somos la Agrupación de mujeres presas políticas de Magallanes. Ponemos a disposición de quienes quieran ver y escuchar nuestro relato…

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